Comentario
El nuevo rey, Federico I, no había abandonado los deseos imperialistas; se resistía a ocupar un papel secundario y a permanecer impasible por la pérdida de tierras hasta ahora suecas y provocó una delicada situación internacional con la promesa a Jorge I de otros territorios a cambio de respaldo militar. Era un desafío encubierto y así fue considerado por Pedro I, ahora amparado por el emperador gracias a los intereses comunes contra los turcos, que llevó su flota cerca de la capital sueca con la excusa de la transgresión de los derechos de Sajonia, donde se encontró con los navíos británicos. A ninguno de los países, salvo a Rusia, le convenía una guerra que se presumía casi general y cuyos motivos y objetivos no aparecían demasiado claros para la mayoría. Dicha presión se trasladó a las mesas de negociaciones y el 30 de agosto de 1721 se firmaba el Tratado de Nystad. Junto a la oferta de mediación de Pedro I entre Federico I y Augusto II y la confirmación de los tratados de 1719 y 1720, se estipuló que Suecia recuperaba Finlandia y conservaba partes de Pomerania y los puertos de Wismar y Stralsund, mientras que Rusia recibía Carelia, Ingria, Estonia, Livonia y varias islas bálticas. Nystad significaba, sin lugar a dudas, el fin del Imperio sueco y la pérdida definitiva de prestigio en Europa.